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  • Eddy Camejo

Fotografía... Un debate imaginario entre Susan Sontag y San Agustín


Susan Sontag en su obra Sobre la fotografía, plantea una premisa interesante al asegurar que la fotografía, en general, atestigua la “despiadada disolución del tiempo”. Es precisamente este punto en el que resulta seductor analizar y comparar las reflexiones que planteaba siglos atrás San Agustín en sus Confesiones acerca de este último concepto, y presumir un intento de debate con Sontag, sobre esta postura.


San Agustín planteó diversas interrogantes acerca del tiempo, cuestionando incluso si este realmente era algo. El obispo de Hipona, advertía de manera confiada que si nada pasara, no existiría el pasado; y si nada sucediera, no existiría el futuro. Por tanto, la prueba de la existencia del tiempo estaba necesariamente sujeta a la naturaleza efímera del mismo “Cuando decimos que el tiempo existe queremos decir que tiende a dejar de existir”. En cuanto al presente, explicaba la imposibilidad de hablar de presentes largos, afirmando que este se reduce tan sólo a una partícula de tiempo tan pequeña, que no puede subdividirse en partes menores.


Si nos apropiamos de estos argumentos, es posible entonces diferir de la postura de Sontag con respecto a lo que ella denomina despiadada disolución. En primera instancia, porque es precisamente esta disolución, la que da fe de la existencia del tiempo. Se podría afirmar que, previo a la fotografía contemporánea, no existía ningún mecanismo capaz de capturar y medir ese brevísimo instante al que Agustín llama tiempo presente. Ninguna de las bellas artes pudo en la antigüedad encapsular y medir este brevísimo periodo de tiempo. La pintura mimetizó, idealizó a la naturaleza y llegó incluso a competir con ella, pero no ha podido capturar o congelar un verdadero instante de la manera en que lo logra la fotografía.

Volviendo con Agustín, este aseguraba que, aunque una cosa real podía durar mucho, el presente en sí mismo, no dura nada. Puesto que si el tiempo fuera presente y no se resbalara al pasado, este no se llamaría tiempo sino eternidad. En base a este planteamiento pudiéramos discrepar con Sontag y afirmar que la fotografía, contraria a testificar la disolución del tiempo, se apropia de un fragmento de este, lo detiene, encapsula, materializa y en algunos casos, lo convierte en una obra de arte. El presente se objetualiza y adquiere, en palabras de Heidegger, un carácter cósico. Una cosidad que, de acuerdo con Agustín, le otorga durabilidad y, en consecuencia, plantea una alegoría de lo eterno.

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