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  • Eddy Camejo

In hoc signo Vinces



Esta imagen la capturé hace tres años, unos días antes de la Semana Mayor. Un entramado de troncos desnudos con un cielo radiante de fondo. La luz baña el tronco principal y tomando en cuenta la fecha, la titulé viernes de concilio, aunque la tomé justo un día antes; el jueves 6 de abril del 2017. Sus elementos son simples, pero su simbolismo me sacudió. No soy, ni me considero fotógrafo, y mucho menos artista, pero sentí un impulso tremendo de congelar esa imagen. Un tronco desnudo cuyas ramas forman un entramado por el efecto del encuadre en plano contrapicado. Un árbol mutilado, estaba enfermo y tuvo que podarse. Mis creencias me conectaron directamente con la cruz, aquél símbolo terrible y paradójico que enarbola mi fe y la fe de muchos aún. Es precisamente allí, en un tronco de madera, donde murió un carpintero. Sí, aquello que le dio sustento de vida durante mucho tiempo, fue también lo que le dio la muerte. Algunos podrán ver en esta imagen ironía y hasta burla, yo veo belleza y congruencia. Mientras profundizo en el modo de actuar de nosotros los humanos, más me convenzo de la realidad de Cristo, porque su lógica es muy distinta a la nuestra; los relatos narrados en el Evangelio son tan distantes a nuestro pensamiento, que en definitiva no pueden ser inspiración de musas, sino crónicas de la vida un hombre que, aunque estuvo en esta tierra, no es de este mundo.


Desde el origen de los tiempos, los seres humanos tenemos una vocación a la trascendencia. Esta ha derivado muchas veces en el deseo de algunos en ser un dios. Desde las primeras civilizaciones encontramos estas actitudes. Incluso, yéndonos a la Sagrada Escritura, la serpiente tentó a la mujer con la manzana ofreciéndole ser como Dios si la comía. Basta pasar una hojeada por la historia de la humanidad y ver esa tentación reflejada en más de un tirano. Los valores contemporáneos, para no ir más allá, exaltan la arrogancia, la prepotencia, el exhibicionismo y la ostentación, por ello nos resulta inconcebible que existiendo un Dios, este haya querido hacerse hombre. Un carpintero que nació, vivió y murió en pobreza. La madera, el martillo y los clavos que le dieron de comer enmarcaron su aparente trágico final. Y digo aparente, porque este gesto simplemente confirmó que “no solo de pan vive el hombre”, como nos lo advirtió. Aquél carpintero nos invitó a no quedarnos con aquello que nos ofrece este mundo pasajero. Nos ofrece vivir con Él en su reino, que es eterno. Llegar allí no es tarea fácil, pero Él vino a mostrarnos el camino. La forma de llegar suena y se oye hermosa, pero es tan profunda que requiere muchos sacrificios. A ese lugar sólo se accede a través del Amor, un amor con mayúscula que implica una entrega radical. Allí llegamos con humildad y sencillez, amando al que nos odia y perdonando a quien nos ofende, porque eso fue lo que Él vino a hacer. Nos trajo el perdón dando su vida por nosotros, y cuando el enemigo pensó que había triunfado sobre Él, torturándolo y sacrificándolo en aquella cruz, el Carpintero resucitó al tercer día de manera gloriosa, abriéndole las puertas del cielo a todo aquél que esté dispuesto a acompañarle. Nos ofrece una morada junto a Él, quien es Dios y se encuentra a la derecha del Padre, con el Espíritu Santo.


La Cruz desde entonces ha sido el estandarte de los cristianos, y aunque en el imaginario colectivo representó durante muchos años muerte y derrota, un emperador hace unos diecisiete siglos, ante una batalla levantó los ojos al cielo y advirtió que se alzaba una cruz luminosa por encima del sol, y escuchó una voz que le decía que con ese signo vencería. Cuenta la historia que en efecto venció. Revisando mi archivo fotográfico, note algo particular en la fecha de esa fotografía, y es que luego de tres años casi en la misma fecha (sólo con un día de diferencia) y casualmente también en Semana Santa, pero en un domingo de ramos, toda Venezuela se conmocionó con un fenómeno meteorológico, un halo solar, el cual también pude fotografiar. Con esto, no quiero decir que este fenómeno sea de por sí un milagro, puesto que en Junio de 2018 también tuve la oportunidad de fotografiar un fenómeno de este tipo que pasó prácticamente inadvertido. Pero llama la atención que suceda en una fecha tan simbólica y en un contexto de confinamiento bastante particular, con el mundo entero azotado por una pandemia. Las imágenes de este fenómeno se multiplicaron por todos los medios digitales. Quizás el mismo confinamiento nos ha sensibilizado a disfrutar de la belleza del entorno, pues las imágenes de la superluna en la noche del martes 07, y el crepúsculo del miércoles 08 de abril también se hicieron populares en la población. No obstante, pareciera que algo nos interpela para recordarnos que estamos ante una batalla por la vida, y si ponemos la Cruz delante, la vamos a ganar. Claro está, que no basta solo con representar este signo. La Cruz hay que vivirla con todos los valores que Cristo, el Carpintero, en ella nos legó: Amor, entrega, sencillez, perdón, humildad y tantos otros que debo mencionar. Estas fechas nos recuerdan que viviendo y aceptando la Cruz, alcanzaremos con Jesús la gloria.


Halo solar de Domingo de Ramos 05/04/2020


Halo solar del 18/06/2018


Superluna rosa de Martes Santo (07/04/2020)


Crepúsculo de Miércoles Santo (08/04/2020)

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